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APRENDE A DECIDIR EN CONCIENCIA

¡Cuántas veces lo hemos oído!: «Lo he decidido… en conciencia». Así, sin más. Pero ¿qué es la conciencia?, ¿realmente cuidas tu conciencia?, ¿hasta que punto te haces responsable de ella?, más aún: ¿sabes cómo beneficiarte de una conciencia bien formada?

La conciencia es la capacidad de tener una experiencia subjetiva de uno mismo y del mundo. Es decir, gracias a la conciencia (1) tengo una comprensión de mi propia existencia (quién soy, de dónde vengo, a dónde voy...) y, además, (2) percibo, reconozco, interpreto y respondo al mundo que me rodea, incluidas las personas que transitan por mi vida. Dicho de otro modo: la conciencia es la base de mi experiencia consciente, lo que me ofrece una sensación de individualidad y autoconocimiento. Lo vemos a través de los diferentes niveles de conciencia, por ejemplo: los estados de vigilia y alerta, el sueño, la meditación profunda o la oración.


Antes de continuar, quiero hacer una precisión sobre los términos «conciencia» y «consciencia». Ambos se utilizan a menudo indistintamente y pueden tener diferentes interpretaciones según el contexto en el que se utilicen. Aquí utilizaré únicamente el término «conciencia», si bien, en algunos casos, se ha intentado establecer una distinción sutil entre ambos términos:


En general, se considera que la «conciencia» se refiere a la capacidad subjetiva de tener una experiencia consciente, es decir, de ser consciente de nuestros pensamientos, emociones, sensaciones y del entorno que nos rodea. Se relaciona con la capacidad de estar despierto y alerta, y de tener una experiencia consciente en un sentido amplio.


Por otro lado, la «consciencia» se ha utilizado a veces para referirse a un estado más amplio de conocimiento o comprensión. Se asocia con la capacidad de ser consciente y entender algo de manera más reflexiva y profunda, incluyendo la capacidad de reflexionar sobre la propia experiencia, de reconocer los propios pensamientos y emociones, y de tener una mayor autoconciencia.


Dicho esto, la ciencia aún está explorando los mecanismos profundos de la conciencia y su relación con el cerebro —algunos, los llamados «biologistas», reducen la conciencia a un mero mecanismo asociado a la actividad neuronal—, sin embargo, el estudio de la conciencia es un campo muy complejo y desconocido. En cualquier caso, en este artículo, me interesa tratar la conciencia como una capacidad necesaria para la toma de decisiones, como una guía hacia lo correcto o moralmente bueno.


Todos lo hemos experimentado alguna vez: que en lo más profundo de la conciencia humana, existe un sentido innato de lo que es correcto y de lo que no lo es, más allá de influencias sociales, culturales o educativas; y que entre el estímulo y la respuesta existe un lugar sagrado en el que reside mi libertad interior, aquella que me capacita para generar caminos alternativos por encima de lo automático o meramente instintivo. Así, desde esta perspectiva, el acto de decidir implica reflexionar y evaluar desde una conciencia ética en la que encuentro principios universales y objetivos accesibles a través de una intuición moral.


Por lo tanto, cuando digo: «He tomado la decisión “X” en conciencia», ¿qué es lo que estoy diciendo? Dos cosas: (1) que, desde un punto de vista ético, soy responsable de las consecuencias derivadas de mi decisión, y (2) que esa decisión está moralmente informada. Aquí es donde quería llegar, porque esto último es crítico, porque mi conciencia puede estar formada o deformada. Sin entrar en cuestiones patológicas, que no vienen al caso, y teniendo en cuenta la complejidad y la variabilidad de la conciencia humana, veamos brevemente esta peculiaridad:


a. Tengo una conciencia formada si obtengo una comprensión clara y precisa de mí mismo, de los demás y de la realidad del problema en cuestión.


b. Al contrario, tengo una conciencia deformada sí estoy dominado por distorsiones, limitaciones o sesgos en la percepción y la comprensión de la realidad del problema: juicios erróneos, prejuicios, trastornos emocionales, etc. En este caso, tendré serias dificultades para tomar una decisión «correcta». De algún modo, estaré ofuscado; y lo que es peor, no seré consciente de ello.


El desarrollo de una conciencia formada es un proceso continuo y requiere pagar un precio en términos de tiempo y esfuerzo. Pero si estoy abierto al crecimiento y a la autorreflexión expandiré mi comprensión de la realidad y desarrollaré una conciencia más sólida de mí mismo. Veamos cómo a través de 3 claves:


1. Dedico tiempo a reflexionar sobre mí mismo y mis experiencias, sobre cómo mis valores y necesidades se ven reflejados en mis motivaciones y en mis acciones. Cuestiono mis suposiciones, evalúo si están fundamentadas en una base sólida y considero diferentes perspectivas. Considero cómo me han afectado y qué lecciones puedo extraer de ellas para el futuro.


2. Amplío mis conocimientos y busco diferentes fuentes de información. Leo libros, artículos y ensayos que aborden una variedad de temas, incluyendo ética, filosofía, ciencia, historia y sociología. Aprendo sobre diferentes culturas y perspectivas para obtener una comprensión más amplia del mundo.


3. Escucho de un modo activo y empático. Busco comprender los puntos de vista y las distintas perspectivas que los demás me plantean, muy especialmente si expresan criterios diferentes de los míos.


Una conciencia formada tiene importantes beneficios que influyen decisivamente en muchos aspectos de la vida. Por ejemplo:


1. Tomo decisiones más conscientes, fundamentadas y responsables

2. Soy más auténtico y coherente.

3. Mis relaciones interpersonales se fortalecen.

4. Me hago cargo de mi propio desarrollo personal.

5. Aumenta mi capacidad para regular mis emociones


En definitiva, una conciencia formada me ayuda no sólo a tener un juicio ético más acertado sobre el impacto de mis decisiones, sino también una vida mucho más plena.

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