Una vez que lo has analizado todo, cuando ya está todo visto, sólo queda hacer una cosa: dejar atrás las excusas y comprometerse.
¿Qué tienen en común las citas de estos tres personajes:
1.- «La mejor manera de enfrentar los miedos es prepararse?». Chris Hadfield, astronauta retirado de la Agencia Espacial Canadiense (ASC), uno de los más reconocidos y queridos astronautas de la era moderna. Autor de An Astronaut's Guide to Life on Earth.
2.- «No puedo decir el momento exacto en el que mi destino cambió, pero sé que mi vida tomó un giro para mejor cuando elegí no rendirme». Louis Zamperini, atleta olímpico estadounidense, piloto de bombardero durante la II Guerra Mundial. En 1943, su avión se estrelló en el Océano Pacífico y pasó 47 días a la deriva en un bote salvavidas antes de ser capturado por los japoneses y enviado a un campo de prisioneros de guerra.
3.- «No es la montaña lo que conquistamos, sino a nosotros mismos». Sir Edmund Hillary, el alpinista quien, junto con Tenzing Norgay, alcanzó por primera vez la cumbre del Monte Everest en 1953.
Las tres citas tienen en común —más allá de otras coincidencias—, que son lecciones de vida. Es decir, frutos significativos de la experiencia vivida por cada una de estas personas; lecciones obtenidas de los desafíos, éxitos o fracasos que han enfrentado; lecciones que impactan en la manera de ver el mundo, en las creencias, los valores y los comportamientos.
¿Te gustan este tipo de enseñanzas? ¿Sí...? Muy bien, pero... ¿hasta qué punto te afectan?, ¿dejas que te interpelen, que sacudan tu experiencia o no son más que un chute fugaz?, ¿en alguna ocasión has aplicado —en serio, por supuesto—, alguna de estas lecciones de vida en tu propia vida?
Alguno podría pensar:
«Estoy convencido, tanto Hadfield, como Zamperini y Hillary están sobradamente cualificados para darme una lección de vida: los tres han vivido experiencias duras y han tenido que soportar el peso de la frustración hasta límites insoportables. Admiro cómo han enfrentado la adversidad. Sin embargo, reconozco que del aprecio por las cualidades ajenas, por más extraordinarias que sean, no se vive. Y es que me resisto al cambio: a hacer mías nuevas formas de pensar y actuar, incluso cuando admito la validez de las lecciones que otros me ofrecen. Quizás, lo que ha funcionado para ellos podría no funcionar para mí. No sé... ¡Si conocieras mi mundo, lleno de distracciones y demandas...! Siento que no tengo tiempo para pensar sobre estas y otras lecciones de vida, que no tengo la energía necesaria para remangarme y hacer el trabajo que hay que hacer».
¿Quién no se ha sentido alguna vez confuso y abrumado? Sin embargo, al final —superada la parálisis del análisis—, hay una palabra que sobrevuela la conciencia, una palabra que agita el ánimo y desasosiega. No quiero escucharla, pero está ahí, acechando: «COM…PRO…MI…SO».
Abraham Lincoln lo define de un modo rotundo:
«El compromiso es lo que transforma una promesa en realidad, es la palabra que habla con valentía de nuestras intenciones, es la acción que habla más alto que las palabras, es hacer tiempo cuando no lo hay, es cumplir con lo prometido cuando las circunstancias se ponen adversas, es el material con el que se forja el carácter para poder cambiar las cosas, es el triunfo diario de la integridad sobre el escepticismo».
Y es que el compromiso es el núcleo mismo de la transformación. Porque el compromiso activa las promesas convirtiéndolas en hechos tangibles. El compromiso es la promesa hecha carne. Es la declaración inquebrantable de nuestro deseo.
¿Quieres comprometerte? ¿Vas en serio? Entonces, para hacer propias las lecciones de vida de personajes como Hadfield y otros, te propongo los siguientes 5 puntos:
1.- Párate de una vez. Párate las veces que hagan falta. ¡Párate ya! Apártate del ruido y pregúntate: «¿Qué es lo que de verdad me importa?». Y recuerda: el pensamiento intencional mueve a la acción.
2.- Actúa deliberadamente. Actúa sobre aquello que quieres cultivar: una habilidad, una actitud, una virtud... Actuar deliberadamente significa que lo que hagas… duela. Si no hay esfuerzo; si no rompes algo dentro de ti, no hay progreso.
3.- Consigue apoyo. Amigos, familiares o mentores que puedan ayudarte a integrar las lecciones de vida en tu propia vida. El camino nunca es recto, ni llano. Hay curvas y valles. Te lo diré más claro: el camino es superior a tus fuerzas.
4.- Adáptate y sé flexible. La capacidad de adaptación es un signo inequívoco de la madurez humana: el poder interior para cambiar, modificar o ajustar una situación, de tal forma que sirva a mi propósito, que funcione para mí.
5.- Ten paciencia y sé persistente. Acéptalo: el cambio lleva tiempo y es posible que no veas resultados inmediatos. Poner en marcha una lección de vida supone acrisolar tus acciones en el campo de batalla; ponerte a prueba, vencer o fracasar. Y aprender, las veces que hagan falta.
Cunde el desánimo y la falta de valor. Muchos no toman la iniciativa, ni se arriesgan a peligros o incertidumbres. Estos hacen de la vida —así me lo dijo alguien una vez—, «una mezcla de compota, almíbar y pasta de confitería; ¡todo blando, azucarado, repugnante!».
Comienza con estos 5 puntos. Hazlos tuyos y tendrás coraje. Forjarás el carácter. Elevarás la voz interior, tu determinación, por encima del bullicio. Los hechos hablarán por sí solos en un océano de palabras vacías. Entonces mostrarás al mundo tu propia y original lección de vida.