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YO TENGO QUE, TÚ TIENES QUE, ÉL TIENE QUE...

Hay un virus que afecta a la salud de gran parte de la población. Su nombre: «TENGOQUE». Los síntomas: una gran inquietud, una intensa excitación y una extrema inseguridad. No tiene vacuna, pero sí tratamiento.



—Mire doctor, no sé qué me pasa, pero últimamente, sin darme cuenta, empiezo a suspirar como si me faltase el aire. Todo me resulta pesado, enseguida me canso...

—Entiendo... Mire, no quiero que se alarme, pero sufrimos una epidemia que se está extendiendo muy rápidamente. Afecta a todo tipo de personas y se contagia a través de un virus llamado «tengoque» conocido también en su variante «debode». Es muy poderoso; puede provocar estados de ansiedad o angustia al más equilibrado de los mortales. El virus se transmite, bien a través del diálogo interno, bien a través de terceros: una conversación, una charla, una homilía incluso, son suficientes para que la víctima comience a percibir los síntomas típicos: sensación de ahogo, suspiros incontrolados, fatiga...

—¿Qué quiere decir, doctor? ¡Me está asustando!

—Veamos, haga memoria. ¿Recuerda haber escuchado en algún sitio expresiones del tipo: «tú tienes que», «tenemos que», «tenéis que», o «tú debes de», «debemos de», «debéis de»?

—Espere un momento... Déjeme pensar... Hace unas semanas que mi familia y yo vamos a misa los domingos a una parroquia nueva. El cura es fantástico, pero... Ahora que lo dice... No para de decir «tenemos que...» y también repite mucho «debemos de...».


—¡Lo ve! Ahí lo tenemos.

—Si, pero... ¡Ahora que lo pienso...! Mi jefe... ¡Mi jefe también lo repite mucho! En las reuniones siempre está con el «debemos de...» aumentar las ventas, «tenemos que...» incrementar nuestra participación de mercado, «debemos de...» mejorar los resultados de la línea... ¡Y mi mujer...! Cada dos por tres, me recuerda: Manolo, «tenemos que...» comprar la ropa de los niños, «tenenos que...» ir a casa de mi madre, «tenemos que...» quedar con los Benítez, «tienes que...» arreglar el enchufe, «debes de...» arreglar el jardín. Y para colmo, el otro día, un amigo me instaló una de esas aplicaciones de tareas que lo controlan todo. Me senté en el despacho y comencé a escribir una lista de cosas pendientes; fue en ese momento cuando empecé a sentir que me faltaba el aire.

—¿Puede recrear ese momento? Por ejemplo, cuando escribía esas anotaciones, ¿qué se decía?

—A ver... Estaba escribiendo y... me decía..., me decía: «tengo que...» terminar el informe, «tengo que...» reunirme con los compañeros de marketing, «tengo que...» finalizar las cuentas del ejercicio. ¡«Tengoque»! ¡¡Doctor, estoy infectado!!

—Tranquilícese, hombre. Todavía hay esperanza. Por lo que me dice, la infección está muy extendida, pero todavía estamos a tiempo. Hemos identificado el virus. Por lo tanto, conocemos la etiología. Ahora iniciaremos el tratamiento.

—¿Es doloroso, doctor?

—No, pero por desgracia este virus no tiene vacuna. Se extiende indiscriminadamente y la ciencia, por el momento, sólo ha encontrado un tratamiento eficaz. En primer lugar, preste mucha atención a todo lo que lee, a todo lo que escucha y a todo lo que se dice a sí mismo. ¿Entiende lo que le digo?

—No sé, creo que sí.

—Segundo, cada vez que identifique el virus «tengoque» en alguna de sus variantes, inmediatamente sustitúyalo por alguna de estas tres expresiones: «quiero», «decido» o «elijo».

—Lo siento doctor, no lo entiendo.


—Es muy fácil, hombre. No se ponga nervioso. Por ejemplo, cuando repase sus tareas, en vez de decirse a sí mismo «tengo que terminar este informe» dígase: quiero terminarlo o decido o elijo terminarlo hoy, mañana, pasado, o cuando sea. Fíjese bien, al eliminar el virus «tengoque» por cualquiera de estas palabras está tomando la iniciativa. «Tengoque» es un agente externo. Por el contrario, «quiero», «decido» o «elijo» le ayudarán a reconocer que, en última instancia, usted y sólo usted tiene la última palabra.

—¿Así de fácil?

—Haga la prueba. Verá que la mayoría de los «tengoque» son verdaderamente «quiero». Lo que pasa, es que no los ve como tales porque no los reconoce o no quiere reconocerlos, posiblemente como consecuencia de una decisión primera. Por ejemplo, cuando usted decidió casarse y dijo aquello de «si quiero», ¿sabía que, de algún modo, también se casaba con sus suegros? Pensemos en su trabajo. Cuando usted asumió aquel ascenso que llevaba aparejada una subida considerable de la retribución, ¿era consciente de la responsabilidad que asumía? Seguro que el entusiasmo colocó las dificultades en un discreto segundo plano, pero ahora cobran una nueva dimensión, ¿verdad? En fin, la falta de perspectiva convirtió un «quiero» en un «tengoque».


—¿Cree usted que funcionará?


—Se lo aseguró. Descubrirá el placer de sustituir cualquier «tengoque» por un poderoso «¡QUIERO!». Notará inmediatamente el efecto de este tratamiento. Pero acuérdese, es muy importante: ponga mucha, mucha atención. El virus está... en todas partes.

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